martes, 31 de mayo de 2016

Quisiera...

Quisiera poder decirte que te odio... por haberme roto el corazón.
Quisiera poder decirte que te odio... por marcarme tan profundamente tu adiós.
Quisiera poder decirte que te he olvidado, que nada siento ya por ti, que me amarga tu sonrisa cuando me la dedicas a mí.
Quisiera poder ser así, adueñarme de la mentira y usarla siempre por ti...
Pero ¿a quién podría engañar?
Aún los pedazos de mi corazón no conocen de rencor.
Aún los recuerdos de aquella despedida forman parte importante de mi vida.
Y, si de veras te hubiera olvidado, en estas líneas no tendrías espacio.
Y, si por ti nada sintiera, no extrañaría que por mí sonrieras.
Así que solo a mi propio ser engañaría, si me dejase seducir por la mentira.
Cierto que el amor ya no es el mismo, que ahora ya no pienso solo en ti, que de lo que fuimos poco queda y poco quiero y que, de hecho, de esa historia nada espero...
Pero que todavía habita algo en mí, lo admito, y es que si me lo permites decir, y que nadie lo malentienda: no puedo negar que te quiero aunque ya por ti no muero.


Antonia Alemán (enero de 2016)

No somos...

No somos hijos de puta ni cabrones por dejar de amar a una persona. Probablemente, ni hayamos dejado de amarla por completo cuando decidimos no seguir una relación. Cuando el amor se “acaba”, queda un cariño, un sentimiento especial por el que esa persona sigue importándonos de algún modo, incluso cuando nos ha dañado o cuando la hemos dañado nosotros mismos. Sí, el dolor es parte del amor, y no por él se deja de amar. Sin embargo, cuando ya el dolor ocupa mucho espacio o la rutina se apodera de nuestro tiempo, cuando la costumbre se hace hueco en nuestra vida, es necesario un cambio y, en muchas ocasiones, la preferencia es una separación. A veces, incluso encontramos, busquemos o no, a otra persona que de una u otra manera empieza a resultarnos “más especial” que la que hay en nuestra vida, en nuestro corazón. No somos hijos de puta ni cabrones por sentir amor por alguien más, por sentir una nueva ilusión... Seamos fieles a nosotros mismos, a nuestros sentimientos, pero sin olvidar respetar a los demás. Es preferible dar fin a una relación, decir adiós, seguir nuestro camino con o sin compañía, cerrar capítulos y hasta libros enteros antes de iniciar uno nuevo. Es preferible eso a dar inicio a una nueva etapa sin haber dado un verdadero fin a la anterior. A veces, nos cuesta decir adiós para empezar una nueva historia, tal vez por miedo a que no salga bien, quizá porque pensamos que, si lo de adelante no resulta como esperamos, siempre es mejor tener a dónde volver. No somos hijos de puta ni cabrones por elegir seguir, pero empezamos a serlo cuando, por cobardía, jugamos con los sentimientos de los demás sin pararnos a pensar que también tienen derecho ellos a seguir sus vidas conforme nosotros decidimos probar a seguir la nuestra por otro camino...


Antonia Alemán (enero de 2016)

Un heterosexual no escoge, un homosexual tampoco...

¿Alguien, al nacer, pudo ir a algún lado para elegir su color de pelo, de ojos o de piel? ¿Alguien fue a pedir tener mucha o poca inteligencia? ¿Pudo alguien escoger la gravedad o agudeza de su voz?
Por supuesto, no.
A raíz de la polémica decisión del supremo de no sé qué de Estados Unidos a favor de las bodas entre homosexuales, he leído muchos comentarios sobre el tema y no puedo más que sorprenderme. Uno de los peores comentarios que he leído era de alguien que decía que se opone a la homosexualidad pero que eso no es homofobia ni intolerancia, sino libre expresión de opiniones, y que la homosexualidad es “una ideología nociva”… ¿En serio? Otros que dicen que la homosexualidad no es normal, no es natural y que los homosexuales no deberían poder adoptar a ningún niño ni educarlos… ¿de verdad?
Y así, muchos más. Es lo de siempre, claro. Pero ya me cansa. Nadie me mandó ponerme a leerlos, está claro. Pero… ¿en serio? ¿a estas alturas de la vida? ¡Dios!
Ah, sí, y la mitad de sus argumentos son por causa de la religión que les han inculcado, porque se supone que Dios creó al hombre y a la mujer para que formasen familia. Aquí es donde pienso en algo que siempre me preguntaba a mí misma desde pequeña: ¿Si ese hombre y esa mujer solo tuvieron dos hijos, de dónde salieron los hijos de éstos? ¿Incesto? ¿La iglesia aprueba el incesto?
Según me han metido en la cabeza desde que tengo uso de razón, Dios dijo “amaos los unos a los otros”, “ama a tu prójimo como a ti mismo”… A nadie escuché nunca decir “excepto si son homosexuales”. Ya desde hace mucho tiempo me cuesta creer en las palabras de los curas, que solo parecen interesados en que dejemos dinero para la iglesia. Con decir que ni siquiera sé a qué religión pertenezco, porque no me importa la religión. Creo en Dios, pero no en lo que la gente dice en nombre de Dios.
Volviendo a los comentarios que he leído sobre la homosexualidad y los derechos de los homosexuales, he de decir que es muy molesto leer (y/o escuchar) ese tipo de cosas. Por supuesto que cada quien tiene libertad para expresar su opinión. Pero no se equivoquen, oponerse no es expresar una opinión. Puedes opinar que no es agradable ver a dos personas del mismo sexo besándose en la calle, igual que opino yo que no es agradable ver a dos personas (homosexuales o heterosexuales) comerse la boca en la calle… ¿Pero quién serías tú para oponerte a que otras dos personas hagan con sus vidas lo que más felicidad les provoca?
Eso sí, también he leído comentarios que apoyan los derechos de los homosexuales como los de cualquier otra persona y, eh, que aunque no vayan explícitamente para mí, es agradable leerlos y saber que no hay tanta gente en contra de las parejas del mismo sexo.
Por otro lado, he leído otro tipo de comentarios de gente que dice estar a favor de los gays y lesbianas pero argumentan con algo así como: “ellos no eligieron ser así, y la mayoría escogería no ser así si pudiera”… ¿Que qué? A ver, que la homosexualidad no es una elección, es una característica de algunos seres humanos, tal como tener el pelo castaño o los ojos azules, o medir un metro con ochenta a los veinte años o tener una complexión atlética… Que si quieres cambiar el color de tu pelo, es tu elección ir a darte un tinte, y si no te gusta tu color de ojos, tienes la opción de ponerte lentillas para cambiar un poco… Pero por mucho tinte que te des, tu pelo seguirá naciendo y creciendo de tu color natural; y por mucha lentilla que uses, tu color de ojos seguirá siendo el mismo...
No sé en los demás países pero en la constitución española hay un apartado que dice que todos los españoles tienen derecho a un hogar y una familia. Por tanto, un niño huérfano tiene derecho a tener padres, y una pareja de homosexuales tiene derecho a tener hijos. Leí por ahí que es preferible tener unos padres del mismo sexo a tener un padre y una madre que se dediquen a maltratar física y/o psicológicamente a sus hijos; y estoy de acuerdo. Hay muchos hombres y mujeres que no saben actuar como padres cuando les llega el momento y, sin embargo, una pareja homosexual intenta tener hijos aunque no les llegue el momento. Mal padre o mala madre los hay en cualquier caso, no hace falta ser de una condición sexual específica para ello, del mismo modo que no hace falta para ser buenos padres.
Fuera de lo que se puede leer en internet, no hay que mirar muy lejos para ver a gente con el mismo tipo de comentarios. Fastidia escuchar a alguien decirle a un chico “maricón” o “marica” por ser homosexual, o a una chica homosexual “bollera”… No es que ofendan los términos en sí si piensas en lo que significan, pero jode el desprecio que implica el decirlos.
Que se entere el mundo de una vez: la homosexualidad no es una enfermedad mental ni tampoco es una elección para fastidiar u ofender a los demás. No se puede calificar como algo “nocivo” porque no perjudica a nadie ni física ni mentalmente. Hay que aprender a ser más respetuosos y entender que nadie puede ver o sentir como ve o siente otra persona. Por mucho que te cuenten tus amigos lo que sienten cuando están tristes, no podrás sentirlo. Lo que a ti te pueda causar risa, a otro le puede parecer absurdo y a un tercero le puede resultar ofensivo… ¿Quién tiene derecho a juzgar si tu opinión es la correcta o no? Nadie. Las opiniones son todas correctas con sus razonamientos desde el punto de vista del que salieron. Pero oponerte a alguien por el novio o la novia que tiene, no es dar tu opinión.
¿Cuántas chicas no se han enamorado de chicos que resultaron ser verdaderamente dañinos para ellas? (O viceversa)... Un heterosexual no decide de quién va a enamorarse. Un homosexual tampoco.



- Antonia Alemán (30 de junio de 2015)





#DerechosHumanos #Igualdad

lunes, 30 de mayo de 2016

Amores platónicos

Debo admitir que he tenido varios en mi vida, no muchos, pero más de uno. No es un flechazo, ni es simple atracción, es un amor tal vez idealista, sin correspondencia y que a veces puede doler.
           Sin comerlo ni beberlo, y aún sin saberlo, mi primer amor platónico me hizo saber lo que quería yo en mi vida. Era una chica, y yo no me había sentido, hasta entonces, atraída por una chica. Adoraba verla y escucharla, hasta que sentí miedo de mí misma por la gran confusión que me invadía. Eso fue hace unos seis años y creo que no llegará a saber la grandeza de la huella que dejó en mí desde entonces, aunque no pasara nada entre nosotras. Ella era, sin duda, la destinada a hacerme aceptar lo que estaba a punto de sucederme y no puedo más que recordarla con un cariño especial, un afecto que me hace alegrarme instantáneamente cuando vuelvo a verla por deseos de la casualidad...
           Y tres años más tarde, después de mi primera relación con una mujer, cuando creí que no habría nadie más que pudiera hacerme sentir algo tan grande como el amor que había vivido con aquélla que ahora era mi ex, entró en mi vida una persona que marcó otro punto realmente importante de mi existencia. Creo que nunca le dije lo agradecida que me sentí (y me siento) por los sentimientos que despertó en mí, aunque tampoco pasara nada con ella. Quizá podría haber sido una gran amistad y lo estropeé al sincerarme pero así son las cosas. Incluso sabiendo que no sería correspondida, por ella me di cuenta de que existían en el mundo más personas que podrían quererme y conquistarme, que me harían sonreír y que me dedicarían una sonrisa, por pequeña que fuera, al verme llegar...
           Alguno incluso llega a parecer una obsesión de tu mente. A veces quieres sacártelo de tu pensamiento, dejar de imaginar conversaciones que nunca existirán o no ver a esa persona en tus sueños convertida en una buena amistad a punto de pasar límites. Asusta no poder controlar tu mente y que, de repente en cualquier momento, te venga el recuerdo de una amable palabra o una sonrisa de esa persona y, de la misma forma incontrolable, te nazca sonreír. Asusta pero reconforta en cierto modo, porque, de alguna manera, un amor platónico mantiene viva la ilusión por la llegada o la existencia de un amor real.
           A día de hoy, considero que, si hubieran llegado a ser más que amores platónicos, quizá no me resultaría tan mágico el recuerdo, ni sería un placer volver a verlas.




Antonia Alemán (18 de agosto de 2015)

No es lo mismo jugar un partido de fútbol que verlo desde las gradas...

Ponte en situación: estás viendo un partido de fútbol. Quizá no eres fanático de tal deporte pero deseas que uno de los equipos gane porque en él juega un familiar o porque, simplemente, es de tu localidad. Da igual si lo ves por televisión o desde las gradas de un campo, el caso es que, aunque no lo entiendas, tus piernas se mueven casi solas en la dirección en que quieres que vaya el balón, sobre todo, cuando conoces al jugador.
            De repente, tus nervios aumentan. El equipo al que deseas la gloria se hace con la pelota; es un jugador que has visto otras veces, corre mucho pero piensas que pronto algún contrario le despojará del balón. Ves que sigue corriendo, que mira a todos lados y te preguntas qué coño busca, esperas que siga adelante, que se acerque a la portería y marque un golazo. Pero, de pronto, le pasa la pelota a un compañero que tú no ves y lo intercepta un contrario. ¿Por qué no se la ha pasado al que tenía más cerca, aquel que corría detrás o al que estaba libre al otro lado del campo? Por mucho que te preguntes, no tienes respuesta.
            La situación casi se repite un rato después. Uno de los jugadores de “tu” equipo tiene el balón y corre a través del campo intentando no perderlo. Casi te enfadas, porque piensas que hará lo mismo que el anterior, quieres que se la pase ya a otro jugador del mismo equipo para que éste avance y marque. Ves a todos los jugadores de “tu” equipo, sabes cuáles podrían con facilidad recibir un pase desde la posición del que tiene la pelota, pero éste la pasa al que no puede recibirla o, sin ningún sentido para ti, sigue intentando avanzar hacia la portería mientras tú tienes la convicción de que va a perderla en cualquier momento. ¡Menudo chupón!
            Sin embargo, un instante después, el balón está casi rozando el gol que llevas esperando un rato. Está tan cerca de la portería del contrario, que sientes la tensión en tu cuerpo. El jugador que va a hacer el tiro no puede fallar, piensas, lo tiene fácil ahora. Pero ya, tira ya, maldita sea, ¡tiraaa! Y, por fin, esa patada que esperabas, pero un defensa del otro equipo intercepta la pelota sin dar siquiera oportunidad de lucirse a su portero. ¿Pero por qué no tiró antes el de “tu” equipo? Y, de nuevo, no tienes respuesta. Vaya torpe, piensas quizás…
            Cuando el equipo al que deseas la victoria recupera una vez más el balón, parece que los jugadores le tienen miedo. Se lo pasan unos a otros, sin avanzar, aunque también sin dar tiempo a que un contrario se haga con él y vaya a marcar. Por una parte, vale, están probablemente evitando un gol, pero tú lo que quieres es que se apunten un tanto. Y mientras siguen pasándose la pelota unos a otros, como si les quemase en los pies, o como si fuese una bomba a punto de estallar, tú maquinas en tu mente la forma en que uno de ellos podría avanzar de pronto, esquivar al patoso que tiene más cerca, pasarle el balón al más rápido de “tu” equipo antes de que se acerque otro rival, y luego ese que tanto corre llegaría al área del contrario y se vería a solas con un portero bajito que no tiene muchas posibilidades con un tiro bien chutado. Lo que ocurre a continuación en el campo, es totalmente distinto: el contrario intercepta una vez más el balón cuando “tus” jugadores continuaban pasándoselo unos a otros.
            Los jugadores del equipo contrario no parecen tan buenos, piensas, algunos de los “tuyos” son mejores, más ágiles y/o más rápidos. No obstante, esos rivales regatean y no pierden el balón. “Tu” equipo podría quitárselo fácilmente pero no entiendes porqué no lo consiguen. ¡Si es que están dormidos!
            Entonces llega el turno en que el contrario se acerca a la portería en posesión del balón, cosa que ya ha hecho en varias ocasiones durante el partido. Tal vez incluso han marcado algún gol mientras que “tu” equipo tiene el marcador a cero. El caso es que mientras el otro equipo tiene a un par y medio de jugadores colocados estratégicamente cerca de la portería de los “tuyos”, éstos parecen haberse quedado acampando en el otro campo y tardan lo suficiente en llegar como para dar protagonismo a su portero. Así que los tres del contrario vacilan un poco y logran, con sorprendente facilidad, engañar al portero, confundirlo y, cómo no, marcarle un nuevo tanto. ¡Pero menudo zoquete! ¿Cómo no lo ha visto venir? Y una vez más, no obtienes respuesta a tu sabia pregunta.
            Ya con los nervios erizándote cada vello de tu ser, te fijas en el entrenador, que no quita la vista del campo y, de vez en cuando, da indicaciones a sus jugadores. Es el entrenador que creías que llevaría a la victoria a “tu” equipo, pero ahora empiezas a pensar que no tiene idea de fútbol. No, claro que no, cualquiera lo habría hecho mucho mejor, cualquiera habría sabido guiar a los jugadores y enseñarles mejores estrategias de juego. ¡Vaya decepción!


            Unos días después, “tu” equipo se reúne con otro grupo de personas para pasarlo bien y festejar el último partido, aunque no ganasen. Entre bromas, algunos empiezan a jugar un partidillo y decides unirte a ellos. Así que, de pronto, te ves en medio del campo, con el balón a tus pies y un par de oponentes acercándose peligrosamente para quitártelo; y, antes de que decidas qué hacer, ya te lo han quitado. Te ríes y continúas, igual que los demás. Y ríes más cuando uno de tu equipo roba la pelota a quien presumió de habértela quitado a ti con tanta facilidad.
Casi ni te das cuenta de cómo, pero de nuevo estás en posesión del balón, regateas intentando salir airoso entre otros dos rivales. Quisieras que la portería estuviera más cerca, pero no lo está, por lo que decides que tu única escapatoria será pasarle a algún compañero. Y así lo haces, sólo que no escoges a un buen receptor, pues éste desaparece en seguida de tu vista al meterse en medio uno de tus rivales. Vaya torpe tu compañero, piensas, y mientras callas ese pensamiento, escuchas a alguien detrás llamarte ‘idiota’ porque no le pasaste a él el balón. Pero tú no lo viste, te dices a ti mismo, así que no es tu culpa.
Para acallar a ese bocazas de tu propio equipo, decides lucirte cuando vuelves a tener el balón. Regateas, esquivas a un contrario, sigues adelante enfrentándote a otros dos y, justo cuando podías haber chutado a puerta, lo pierdes. Te sientes orgulloso por un instante, porque has estado a punto de marcar un tanto, pero escuchas al bocazas reírse y alguien que observa el pequeño partido desde el banquillo te dice a gritos que no seas tan chupón para la próxima. ¿Tan mal lo has hecho? No lo crees así pero te quedas con la duda. Oh, cómo cansa esto de correr de aquí para allá… Pero quieres hacer un esfuerzo más.
Afortunadamente, el portero está más cansado que tú y decide sentarse en el banquillo. Otro entra a formar parte de tu equipo y eres tan amable que te ofreces como portero, para que el nuevo pueda jugar, dices, y agradeces no tener que correr tanto en tu nueva posición. Más pronto de lo que esperabas, el equipo contrario llega a estar a unos pasos por delante de ti. Son dos y están mirándote, observando la portería y sus alrededores con rapidez. Sabes que están calculando distancias y te preparas para evitar un gol. Pero de nada sirve lo que hagas, se pasan el balón el uno al otro un par de veces, con una rapidez y agilidad que consigue confundirte por un momento y… ¡un tanto para ellos!
Como es un partidillo amistoso y sin importancia, todos continúan jugando entre risas y tú te convences de que no puedes parar todos los goles. Es cuestión de suerte, piensas. Pero ya es suficiente, necesitas un respiro, así que haces señas a otro para que ocupe tu lugar y te acercas al banquillo.
Después de respirar un poco mientras observas el partidillo, te vuelve a entrar el gusanillo del experto jugador, se te ocurren algunas ideas y se las comentas a dos jugadores del equipo del que un rato antes formabas parte. Uno asiente con la cabeza, el otro te ignora desde el primer momento. Quizá no te ha escuchado, o no se ha dado por aludido, y deja pasar la oportunidad de llevar a cabo tu idea.
Así que comentas tus ideas con el que está sentado a tu lado, que te ha sonreído al intentar ayudar a tu equipo. Él te entiende enseguida y se manifiesta a favor de tus estrategias, sonríe casi todo el rato y sigue observando el partidillo al tiempo que te escucha. No te ha dicho mucho desde que empezaste a hablarle pero, de repente, te hace una pregunta:
   — ¿Cuándo estabas jugando se te ocurrían esas ideas con la misma facilidad? —
te deja callado, por supuesto, porque la respuesta es negativa. Mientras estabas jugando, no te daba tiempo a pensar tu próximo movimiento—. Qué distinto se ve todo desde fuera ¿eh? —añade él simpáticamente.
            Y desde luego se ve distinto. Desde las gradas o desde el banquillo, tienes más facilidad para ver dónde está cada jugador y, quizás, hasta puedas prever los movimientos de algunos. Ves el balón y ves la portería donde debería ir a parar tras un buen chute, pero no ves con claridad lo que se puede interponer entre la misma portería y el jugador que posee el balón. Estando en el campo, tenías una vista totalmente distinta, y rara vez pudiste llevar a cabo alguna estrategia, pero qué fácil es criticar, juzgar e infravalorar a otro sin ocupar su lugar.




Antonia Alemán (30 de agosto de 2015)