lunes, 30 de mayo de 2016

No es lo mismo jugar un partido de fútbol que verlo desde las gradas...

Ponte en situación: estás viendo un partido de fútbol. Quizá no eres fanático de tal deporte pero deseas que uno de los equipos gane porque en él juega un familiar o porque, simplemente, es de tu localidad. Da igual si lo ves por televisión o desde las gradas de un campo, el caso es que, aunque no lo entiendas, tus piernas se mueven casi solas en la dirección en que quieres que vaya el balón, sobre todo, cuando conoces al jugador.
            De repente, tus nervios aumentan. El equipo al que deseas la gloria se hace con la pelota; es un jugador que has visto otras veces, corre mucho pero piensas que pronto algún contrario le despojará del balón. Ves que sigue corriendo, que mira a todos lados y te preguntas qué coño busca, esperas que siga adelante, que se acerque a la portería y marque un golazo. Pero, de pronto, le pasa la pelota a un compañero que tú no ves y lo intercepta un contrario. ¿Por qué no se la ha pasado al que tenía más cerca, aquel que corría detrás o al que estaba libre al otro lado del campo? Por mucho que te preguntes, no tienes respuesta.
            La situación casi se repite un rato después. Uno de los jugadores de “tu” equipo tiene el balón y corre a través del campo intentando no perderlo. Casi te enfadas, porque piensas que hará lo mismo que el anterior, quieres que se la pase ya a otro jugador del mismo equipo para que éste avance y marque. Ves a todos los jugadores de “tu” equipo, sabes cuáles podrían con facilidad recibir un pase desde la posición del que tiene la pelota, pero éste la pasa al que no puede recibirla o, sin ningún sentido para ti, sigue intentando avanzar hacia la portería mientras tú tienes la convicción de que va a perderla en cualquier momento. ¡Menudo chupón!
            Sin embargo, un instante después, el balón está casi rozando el gol que llevas esperando un rato. Está tan cerca de la portería del contrario, que sientes la tensión en tu cuerpo. El jugador que va a hacer el tiro no puede fallar, piensas, lo tiene fácil ahora. Pero ya, tira ya, maldita sea, ¡tiraaa! Y, por fin, esa patada que esperabas, pero un defensa del otro equipo intercepta la pelota sin dar siquiera oportunidad de lucirse a su portero. ¿Pero por qué no tiró antes el de “tu” equipo? Y, de nuevo, no tienes respuesta. Vaya torpe, piensas quizás…
            Cuando el equipo al que deseas la victoria recupera una vez más el balón, parece que los jugadores le tienen miedo. Se lo pasan unos a otros, sin avanzar, aunque también sin dar tiempo a que un contrario se haga con él y vaya a marcar. Por una parte, vale, están probablemente evitando un gol, pero tú lo que quieres es que se apunten un tanto. Y mientras siguen pasándose la pelota unos a otros, como si les quemase en los pies, o como si fuese una bomba a punto de estallar, tú maquinas en tu mente la forma en que uno de ellos podría avanzar de pronto, esquivar al patoso que tiene más cerca, pasarle el balón al más rápido de “tu” equipo antes de que se acerque otro rival, y luego ese que tanto corre llegaría al área del contrario y se vería a solas con un portero bajito que no tiene muchas posibilidades con un tiro bien chutado. Lo que ocurre a continuación en el campo, es totalmente distinto: el contrario intercepta una vez más el balón cuando “tus” jugadores continuaban pasándoselo unos a otros.
            Los jugadores del equipo contrario no parecen tan buenos, piensas, algunos de los “tuyos” son mejores, más ágiles y/o más rápidos. No obstante, esos rivales regatean y no pierden el balón. “Tu” equipo podría quitárselo fácilmente pero no entiendes porqué no lo consiguen. ¡Si es que están dormidos!
            Entonces llega el turno en que el contrario se acerca a la portería en posesión del balón, cosa que ya ha hecho en varias ocasiones durante el partido. Tal vez incluso han marcado algún gol mientras que “tu” equipo tiene el marcador a cero. El caso es que mientras el otro equipo tiene a un par y medio de jugadores colocados estratégicamente cerca de la portería de los “tuyos”, éstos parecen haberse quedado acampando en el otro campo y tardan lo suficiente en llegar como para dar protagonismo a su portero. Así que los tres del contrario vacilan un poco y logran, con sorprendente facilidad, engañar al portero, confundirlo y, cómo no, marcarle un nuevo tanto. ¡Pero menudo zoquete! ¿Cómo no lo ha visto venir? Y una vez más, no obtienes respuesta a tu sabia pregunta.
            Ya con los nervios erizándote cada vello de tu ser, te fijas en el entrenador, que no quita la vista del campo y, de vez en cuando, da indicaciones a sus jugadores. Es el entrenador que creías que llevaría a la victoria a “tu” equipo, pero ahora empiezas a pensar que no tiene idea de fútbol. No, claro que no, cualquiera lo habría hecho mucho mejor, cualquiera habría sabido guiar a los jugadores y enseñarles mejores estrategias de juego. ¡Vaya decepción!


            Unos días después, “tu” equipo se reúne con otro grupo de personas para pasarlo bien y festejar el último partido, aunque no ganasen. Entre bromas, algunos empiezan a jugar un partidillo y decides unirte a ellos. Así que, de pronto, te ves en medio del campo, con el balón a tus pies y un par de oponentes acercándose peligrosamente para quitártelo; y, antes de que decidas qué hacer, ya te lo han quitado. Te ríes y continúas, igual que los demás. Y ríes más cuando uno de tu equipo roba la pelota a quien presumió de habértela quitado a ti con tanta facilidad.
Casi ni te das cuenta de cómo, pero de nuevo estás en posesión del balón, regateas intentando salir airoso entre otros dos rivales. Quisieras que la portería estuviera más cerca, pero no lo está, por lo que decides que tu única escapatoria será pasarle a algún compañero. Y así lo haces, sólo que no escoges a un buen receptor, pues éste desaparece en seguida de tu vista al meterse en medio uno de tus rivales. Vaya torpe tu compañero, piensas, y mientras callas ese pensamiento, escuchas a alguien detrás llamarte ‘idiota’ porque no le pasaste a él el balón. Pero tú no lo viste, te dices a ti mismo, así que no es tu culpa.
Para acallar a ese bocazas de tu propio equipo, decides lucirte cuando vuelves a tener el balón. Regateas, esquivas a un contrario, sigues adelante enfrentándote a otros dos y, justo cuando podías haber chutado a puerta, lo pierdes. Te sientes orgulloso por un instante, porque has estado a punto de marcar un tanto, pero escuchas al bocazas reírse y alguien que observa el pequeño partido desde el banquillo te dice a gritos que no seas tan chupón para la próxima. ¿Tan mal lo has hecho? No lo crees así pero te quedas con la duda. Oh, cómo cansa esto de correr de aquí para allá… Pero quieres hacer un esfuerzo más.
Afortunadamente, el portero está más cansado que tú y decide sentarse en el banquillo. Otro entra a formar parte de tu equipo y eres tan amable que te ofreces como portero, para que el nuevo pueda jugar, dices, y agradeces no tener que correr tanto en tu nueva posición. Más pronto de lo que esperabas, el equipo contrario llega a estar a unos pasos por delante de ti. Son dos y están mirándote, observando la portería y sus alrededores con rapidez. Sabes que están calculando distancias y te preparas para evitar un gol. Pero de nada sirve lo que hagas, se pasan el balón el uno al otro un par de veces, con una rapidez y agilidad que consigue confundirte por un momento y… ¡un tanto para ellos!
Como es un partidillo amistoso y sin importancia, todos continúan jugando entre risas y tú te convences de que no puedes parar todos los goles. Es cuestión de suerte, piensas. Pero ya es suficiente, necesitas un respiro, así que haces señas a otro para que ocupe tu lugar y te acercas al banquillo.
Después de respirar un poco mientras observas el partidillo, te vuelve a entrar el gusanillo del experto jugador, se te ocurren algunas ideas y se las comentas a dos jugadores del equipo del que un rato antes formabas parte. Uno asiente con la cabeza, el otro te ignora desde el primer momento. Quizá no te ha escuchado, o no se ha dado por aludido, y deja pasar la oportunidad de llevar a cabo tu idea.
Así que comentas tus ideas con el que está sentado a tu lado, que te ha sonreído al intentar ayudar a tu equipo. Él te entiende enseguida y se manifiesta a favor de tus estrategias, sonríe casi todo el rato y sigue observando el partidillo al tiempo que te escucha. No te ha dicho mucho desde que empezaste a hablarle pero, de repente, te hace una pregunta:
   — ¿Cuándo estabas jugando se te ocurrían esas ideas con la misma facilidad? —
te deja callado, por supuesto, porque la respuesta es negativa. Mientras estabas jugando, no te daba tiempo a pensar tu próximo movimiento—. Qué distinto se ve todo desde fuera ¿eh? —añade él simpáticamente.
            Y desde luego se ve distinto. Desde las gradas o desde el banquillo, tienes más facilidad para ver dónde está cada jugador y, quizás, hasta puedas prever los movimientos de algunos. Ves el balón y ves la portería donde debería ir a parar tras un buen chute, pero no ves con claridad lo que se puede interponer entre la misma portería y el jugador que posee el balón. Estando en el campo, tenías una vista totalmente distinta, y rara vez pudiste llevar a cabo alguna estrategia, pero qué fácil es criticar, juzgar e infravalorar a otro sin ocupar su lugar.




Antonia Alemán (30 de agosto de 2015)


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